Hoy era el día señalado para pisar, por primera vez en mi vida, el monte sagrado de Athos. Por ese motivo me levanté contento y con mucha energía dispuesto a meditar y a descubrir los secretos que aguardan los monasterios. Lo primero que debía hacer era recoger el "visado" en la oficina de Oronopoli y de ahí coger un barco hacia Defni, el puerto central del monte Athos. La bicicleta la tuve que dejar en casa de los señores que me habían hospedado la noche anterior, con la condición de volver a dormir en su casa en el momento que regresara del monte.
Con el papel en regla y el billete de ida ya en mi mano, esperé a que el barco amarrara las cuerdas en el puerto. Al abrir las compuertas del ferry los peregrinos empezaron a subir ordenadamente y ante el control teníamos que ir enseñando el "Diamonitipion" y el documento de identidad.
Con los pocos peregrinos y algún turista como yo a bordo, el barco zarpó hacia el monte sagrado con un montón de gaviotas escoltando el navío e incluso algún que otro delfín despistado. En la salida del barco hubo una imagen que se me quedó clavada en la cabeza: unas pocas mujeres se despedían desde el puerto llorando como si los hombres se fueran para siempre, o ¿sería porque ellas no podían acompañarles a ver la belleza del lugar?
Pocos minutos después de zarpar empezaron a aparecer los primeros monasterios, asomando por los diferentes acantilados que hay en la península. A la vez el barco se acercaba a recoger a peregrinos pudiendo ver la belleza arquitectónica de cada uno de los monasterios.
En el barco conocí a un señor que había estado 25 veces en el monte. Me contó la historia y los milagros de este monte sagrado y sus 20 monasterios. También me recomendó la pernocta en alguno de ellos, lo cual facilitó mi decisión de vivir una noche junto a los monjes del monasterio de Dionyssiou.
Antes de llegar a Defni pude contemplar la singularidad del monasterio Ruso con torres altas y en los pináculos cruces. Ya en el puerto tuve que esperar una media hora a que el siguiente barco saliera hacia el final de la península donde se encontraba el monasterio Dionyssiou.
En el recorrido disfruté de otro monasterio impresionante: Simonopetra. La pobre cámara echaba humo de tantas fotos que estaba haciendo y no era para menos... podéis ver las imágenes para comprobarlo.
Finalmente llegué al monasterio donde otros dos chicos me acompañaron hacia el interior del mismo. Uno se llamaba Giorgios y había estado unas 27 veces en ese monasterio y el otro era virgen como yo; ya que era la primera vez que entraba en el monte. Al llegar a las puertas del monasterio nos recibió un monje al que Giorgios le beso la mano, con lo que nosotros dos repetimos la reverencia. Después apareció otro monje que nos llevó hasta una habitación donde tenían preparado tres vasos de chupito con aguardiente de la zona y acompañado de dulces hechos por ellos. Mientras íbamos degustando de esos manjares nos iba contando las normas del monasterio que se resumía en los siguientes puntos: a las 15 horas primera misa de dos horas, después la comida, a la 1 de la mañana misa hasta las 3 y otra misa a las 6 de la mañana hasta las 8, junto con el desayuno.
Después del chupito nos llevó hasta las habitaciones y nos dejó descansar durante un rato antes de la primera misa. Ese tiempo lo aproveché para curiosear en el monasterio y echar alguna que otra fotografía. Durante ese tiempo pude ver la esencia que escondía el monasterio. Pasillos oscuros, iluminados sólo por pequeños ventanales que miraban al mar, semiarcos y techos bajos, que recordaban a casas de hobbits y monjes que aparecían de la oscuridad, en absoluto silencio, como por arte de magia.
A las 15 horas, mientras esperábamos en el patio para la primera misa, el campanar sonó feroz resonando por todos los rincones del monasterio. Con la cabeza baja aparecía un monje con un gran palo, que llevaba sobre el hombro a ritmo lento rodeaba la iglesia una y otra vez. Seguimos a los monjes hasta una sala de tres habitaciones, que estaba rodeada de una especie de tronos con coderas, en las que cada uno de nosotros se incrustaba en ellas. Los monjes empezaron a orar con las miradas perdida en el suelo. Uno de los monjes empezó a recitar algo repitiendo una palabra que ahora mismo no recuerdo una y otra vez y los demás le seguían el paso. Al cabo de una hora entramos a otra sala en la que oraban sobre libros y besaban los tesoros sagrados del monasterio. Bueno... mañana, como tengo dos misas más, ya os contaré con más detalle; pero el ambiente místico, unido con los cánticos bifónicos de los monjes te introducía en un estado hipnótico, un poco difícil de explicar.
Al finalizar la misa nos llevaron, como si fuéramos un rebaño, hasta el comedor, donde nos sirvieron una especie de alubias con verduras, ensalada y queso feta. Todo acompañado con vino y un salmo que oraba un monje de fondo. Lo malo fue que mientras degustaba el manjar que me habían colocado delante, sonó una campana avisando de la finalización de la comida, para volver a rezar en la iglesia, con lo cual me quedé sin poder terminar de comer y algo enrabietado.
De nuevo en la iglesia, continuaron rezando y orando como si la comida no les hubiera interrumpido. Al poco tiempo de empezar, el padre Spyridon, me solicitó que hablara con él sobre filosofía y religión. Fue un rato maravilloso. Hablar con una persona encantadora y al mismo tiempo muy inteligente. Hablamos distendidamente y, al finalizar, me recomendó leer unos libros. His life is mine era uno de ellos.
Después de la conversación y poco antes de cerrar las puertas del monasterio, di una vuelta por la zona pudiendo contemplar el espectacular emplazamiento en el que estaba situado el monasterio.
Ya en la habitación y con las puertas cerradas, desde las 6 de la tarde, escribo esta crónica, antes de acostarme, con el alma serena y la energía positiva que transmite este lugar.
Y a la 1 de la mañana las campanas volvieron a resonar como un trueno melódico en mi habitación anunciando la misa...